Caminaba en un campo de trigo, abriendo camino con sus
brazos sintiendo el rose de las plantación en su cuerpo mientras la luna alumbraba
con su resplandor el rostro curtido y serio del anciano. Había dejado en la galería
de la casa su sombrero roto de paja
seca. Caminaba y lo hacía con sus pies descalzos, llevaba puesto una camiseta
blanca gastada y sus pantalones grises.
Luego de adentrarse entre el trigo alto y crecido, en un
laberinto de marrón, crujiente y rasposo, llego a un pequeño claro, observó
fijamente una piedra plana, casi tapada de tierra y barro, la tomo con sus
manos y pudo ver que la pequeña caja de madera labrada y gastada, que se
encontraba enterrada bajo ella, aún estaba allí.
Se arrodilló, con el pesar que eso implica a un hombre ya de
muchos años con los huesos gastados y la mente sin estabilidad. y con la
compañía de las estrellas y el aroma a la hierba húmeda que se encontraba cerca,
comenzó a sacar uno a uno los tesoros que en la cofre descansaban desde hacía
muchos años, llenos de polvo y de recuerdos.
Un par de cartas escritas a mano en un papel doblado muchas
veces, un caballito de plomo, Una flor seca, y cinco plumas de diferente tipo.
Nadie lo espera en la casa, ni en un lugar, pero todo un
mundo de añoranzas y recuerdos lo esperaban adentro de esa caja que no se
animaba a abrir desde hacía ya mucho, muchos, muchos otoños…. y sin dudarlo, se sumergió en el
profundo mar de sus recuerdos escondidos en sus entrañas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario