Al igual que sus abuelos, su padre, sus tíos o cualquier
hombre que conociera, cada madrugada emprendía la caminata hacia su trabajo, con
al fin de lograr algún día su sueño o alcanzar aunque sea de manera mínima sus
objetivos.
Soñaba despierto en cada caminata y se imaginaba alcanzar
ese día en el que ya solo descansaría y se visualizaba a si mismo sentado en un
lugar tranquilo observando el sol cuando se asoma en el horizonte, admirando a las aves y su vuelo en
el cielo.
De esta manera se aislaba en el trayecto y la caminata era
menos tediosa. Al caminar lo hacía mirando el suelo, siempre el suelo, odiaba
que no existiera un sendero en ese bosque, odiaba, que los gigantes de madera
cubrieran los primero rayos de sol de la mañana y que por culpa de ellos solo la
oscuridad podía acompañarlo.
Así, cada día, cada mes, cada año. Caminatas vacías con
pensamientos utópicos de futuros inalcanzables; cumpliendo por caprichos del
destino y elecciones propias, esos mandatos superiores impuestos por nadie, de
tener que seguir la rutinas vacías que llevan a ningún lado.
Hasta que un día, como un montón de otras veces, el
caminante se cansó de su realidad; sólo que esta vez decidió hacer algo ante
este cansancio, y se propuso dejar de pensar, se permitió sentir y de a poco
comenzó a gestarse su pequeño y secreto
milagro personal.
De a poco, en cada paso el aroma de la hierba silvestre y
fresca se asomaba con más fuerza, noto lo agradable que se siente dar pasos
sobre colchones de hojas secas y musgo y que en medio de la oscuridad de ese
bosque solitario se colaban traviesos rayos de sol que jugaban con las sombras.
En un momento de manera instintiva trato buscar la lugar por donde ellos
entraban… y al mirar hacia lo alto, no puedo más que suspirar y preguntarse
¿cómo no lo había hecho antes? en ese lugar como cada día, cada mes, cada año,
tenía sobre si, un majestuoso espectáculos de luz y sombras, entre la danza
sutil de la briza y los brazos de los
gigantes de madera.
Una fuerza interior lo movilizó internamente y su llama
interna le dio calor e impulso, se despojó de todo lo que le molestaba y sin más
nada encima, trepó de una manera torpe pero segura el árbol y subió lo más alto
que pudo buscando ser parte y no sólo espectador. y cuando llegó a lo alto, ahí
estaba, el sol se asomaba sobre el horizonte y las aves volaban en el cielo,
extendió sus brazos, y danzó con la briza.
Nunca más quiso bajar de ahí. con el tiempo su piel se hizo
corteza con la corteza y su sangre fue savia con la savia y cada mañana danzaba
con la briza moviendo lentamente los brazos hechos ramas mientras miraba el sol
que lo saludaba y comprendió recién allí, que en medio del camino tenía su
sueño escondido.
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