Estas ahí,
caminando en medio de tanta gente, en medio de un mar de miradas de
desprecio. Podes sentir la dureza de las piedras calientes en tus
pies descalzos, al cansancio es tan grande, extremadamente intenso. Y
la angustia hace que el pecho se oprima y descomprima silenciosa en
lagrimas mezcladas con sangre de tanto dolor. Esa misma sangre que
que se atraganta en la garganta, esa misma sangre que brota desde tu
carne rasgada y maltratada por garras de hierro.
Las astillas de un
madero que será tu cruz se entierran en tus hombros y el peso de las
culpas ajenas te anclan en el piso, haciendo de cada paso sea eterno
como es eterno hacia el destino la distancia.
Y yo me encentro
allí, como el cireneo, ajeno a tu realidad, y obligado a cargar con
vos esa cruz que siento ajena pero que es mía, no quiero ni siquiera
mirarte por que tu dolor me asusta y espanta, no quiero mirarte
porque se que tu amor me abraza. Y caemos juntos por que mas que
ayudarte entorpezco tu marcha, las rodillas se entierran en el suelo,
nuestro dientes muerden la tierra amarga. Estando en el polvo
perdido en la desesperanza, tu mirada en sangre me busca, me acaricia
y alcanza, me invita a levantarme, tu silencio me calma. Nos
levantamos y seguimos, en mis hombros tu madero, mis pecados en tu
espalda, hasta que de tu calor me separo y te dejo solo en tu marcha,
sólo fue un instante en tu camino, una eternidad para mi alma.
Te deje mi vergüenza
y mis pecados, te deje mis reproches y desgracias, vos me reglaste tu
mirada y luego de tu cruz tu pascua, me acariciaste con tu sangre y
llenaste mi ser de tu gracia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario